lunes, 27 de agosto de 2012

EL PÁTER

por ralero






Lo recuerdo como si hubiera sido la tarde de este sábado próximo pasado.

Estábamos en el auditorio del Instituto Excélsior apoyando a los aleluyos en los ensayos para presentar una obra musical sobre Don Bosco: La Cantata. Creo que por la intercesión de José Luis, mi primo, y de Mando, en ese entonces novio de una chica de los grupos, quienes tocaban en el coro, además de la cercanía y la familiaridad religiosa pues nosotros éramos del coro de San Juan Bosco y los grupos eran dirigidos por las Hijas de María Auxiliadora y los Salesianos, no podía ser de otra manera.

Manuel Treviño tocaba la guitarra, Mando y/o José Luis el bajo (u otra guitarra, eso sí no me acuerdo), Rafa Trejo el teclado y yo, la batería. Los muchachos de los grupos cantaban y bailaban la obra.

Era uno de los primeros ensayos, si no es que el primero, y la verdad reinaba más la desorganización que otra cosa.

Entonces apareció él.

Entrando por el pasillo del lado oriente del auditorio y con un séquito de jóvenes tras de sí… Era un señor de más que mediana edad, piel tirando más a morena, unos lentes al estilo de Jim Jones, camisa azul con algunas rayas más claras en sentido vertical y reloj de extensible plateado (o dorado, la verdad es que no soy tan víbora) en su muñeca izquierda.

“A ver, a ver” dijo el señor este alzando la voz “qué estamos haciendo, esto no es un ensayo, esto parece más bien un mercado de chachalacas…” (Bueno, dijo algo más o menos así). Al momento todos los muchachos arriba del escenario, al igual que los que estaban en las primeras filas de las butacas e incluso Sor Eva, quien se hallaba entre éstos últimos se cuadraron ante éstas palabras, guardaron silencio y pusieron absorta atención a las indicaciones de este señor.

“Todos arriba del escenario, por favor…” dijo él. Subieron quienes estaban en las butacas, incluso Sor Eva, nosotros los músicos estábamos al lado derecho del escenario mirándo a éste de frente, y nos quedamos viendo  la acción sin movernos y sin hablar.

“Vamos a hacer oración y ofrecer este ensayo a Dios nuestro Señor” dijo él invitando a todos a formar un círculo al centro del escenario y a tomarse de las manos. “Pos bueno, que recen” pensé yo para mis adentros sin moverme de la batería. “Nos unimos todos a la oración” dijo alguien indicándome que me moviera hacia el círculo e integrándome al mismo.

Alguien habló en voz alta invocando la ayuda de Dios y ofreciéndole el ensayo, la mayoría (si no es que todos) estaban con los ojos cerrados, después hizo una introducción para decir el Padrenuestro el cual rezamos todos alzando las manos aún unidas y posteriormente pidió a María su intercesión para que todo saliera lo mejor posible en este ensayo y en la obra en general por el bien de los jóvenes y para Gloria de Dios. Terminamos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Yo estaba un poco molesto pues pensaba con qué derecho ese señor de los lentes se atrevía a ordenarnos algo a los músicos, que no pertenecíamos a los grupos; bueno al menos no todos.

El señor de los lentes me cayó mal.

Siguieron los ensayos y tiempo después la presentación de la obra, la cual creo que fue un éxito. Se presentó ahí mismo en el Excélsior y en el auditorio de un mercado de abastos de la ciudad. Creo que al año siguiente y otros más se volvió a montar por el mes de enero, en que se celebra su día.

Meses después de aquel ensayo me hallaba yo en la fila para inscribirme al  ENPAJ 84, semanas más tarde de la inscripción lo estaba viviendo y en el segundo día del encuentro que fue el más impactante para mí, tuve la oportunidad de confesarme por la tarde de ese sábado con el aquel señor de lentes que me había caído mal.

Eso fue lo primero que le dije, narrándole lo que a principios de este escrito les he compartido. Él, ni se acordaba.

Automáticamente fue nombrado mi confesor de cabecera y a partir de allí nació una relación de amistad que me ha ayudado a terminar de formarme como joven y como hombre, pasando a engrosar las filas de quienes Dios ha permitido que compartan conmigo un poco de su tiempo, de su atención y sus ideas complementando la figura paterna que en su momento la vida me arrebató.

Hace poco, me encontré con él en la celebración de los 25 años del 20. Me recibió y saludó con ese tono paternal que siempre he sentido de él, le volví a presentar a mi familia (Gaby dice que siempre que nos lo encontramos hago lo mismo) y haciendo el movimiento característico de sus ojos sobre sus lentes para esquivar el aumento me preguntó mirándome a los ojos (como sólo él suele hacerlo): “¿y sigues escribiendo, Rafa?”.

Tras mi afirmación continuó diciendo: “qué bueno, no lo dejes de hacer…”. Posteriormente se perdió entre los saludos y abrazos de los demás hermanos del 20 y sus familias.

En esa reunión tuve la oportunidad de ver algunas de las ideas y sueños que en los primeros años de Comunidad Juvenil tuvo el P. Agustín y que Dios le ha permitido materializar. Recordé y comenté a mi familia que en el principio no había nada en el terreno y en alguna ocasión vinimos los del grupo 10 a sembrar árboles; les platiqué también que ahí en la Casa de Encuentros había sido mi primer trabajo como arquitecto, supervisando la construcción del módulo de baños (la alberca, la palapa y la casa de las tías ya estaban) mientras hacía yo el servicio de Coordinación General, de manera que tenía la oportunidad de hacer las visitas a los diferentes centros de la comunidad, incluyendo Saltillo e Irapuato, y alguno que otro viaje que hice a Guadalajara a algún centro salesiano.

Cuando nos dispusimos para retirarnos de la celebración, me despedí de él con un fuerte apretón de manos y un gran abrazo, posterior a éste último me volvió a mirar por sobre sus lentes que alguna vez se parecieron a los de Jim Jones y viéndome directamente a los ojos (como sólo él sabe hacerlo) me ha pedido que no me aleje demasiado, he quedado con él en darme una vuelta...
No me he dado la vuelta…aún, pero espero que esta vez las cosas urgentes no impidan realizar las importantes.
¡Feliz cumpleaños, padre Agustín!
Y como le dije en aquel cuento que le regalé hace ya algunos años: "Espero que Dios le de su merecido..."

Cuando así sea acuérdese de mi e interceda ante El.
Que Dios lo siga bendiciendo...
Un abrazo...
con cariño
Rafa Valero
(habrán de disculpar el doble signado, pero es algo que no pude evitar...)

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