Lo recuerdo como si
hubiera sido la tarde de este sábado próximo pasado.
Estábamos en el
auditorio del Instituto Excélsior apoyando a los aleluyos en los ensayos para
presentar una obra musical sobre Don Bosco: La Cantata. Creo que por la
intercesión de José Luis, mi primo, y de Mando, en ese entonces novio de una
chica de los grupos, quienes tocaban en el coro, además de la cercanía y la
familiaridad religiosa pues nosotros éramos del coro de San Juan Bosco y los
grupos eran dirigidos por las Hijas de María Auxiliadora y los Salesianos, no
podía ser de otra manera.
Manuel Treviño tocaba
la guitarra, Mando y/o José Luis el bajo (u
otra guitarra, eso sí no me acuerdo), Rafa Trejo el teclado y yo, la
batería. Los muchachos de los grupos cantaban y bailaban la obra.
Era uno de los
primeros ensayos, si no es que el primero, y la verdad reinaba más la
desorganización que otra cosa.
Entonces apareció él.
Entrando por el
pasillo del lado oriente del auditorio y con un séquito de jóvenes tras de sí…
Era un señor de más que mediana edad, piel tirando más a morena, unos lentes al
estilo de Jim Jones, camisa azul con algunas rayas más claras en sentido
vertical y reloj de extensible plateado (o
dorado, la verdad es que no soy tan víbora) en su muñeca izquierda.
“A ver, a ver” dijo
el señor este alzando la voz “qué estamos haciendo, esto no es un ensayo, esto
parece más bien un mercado de chachalacas…” (Bueno, dijo algo más o menos así). Al momento todos los muchachos
arriba del escenario, al igual que los que estaban en las primeras filas de las
butacas e incluso Sor Eva, quien se hallaba entre éstos últimos se cuadraron
ante éstas palabras, guardaron silencio y pusieron absorta atención a las
indicaciones de este señor.
“Todos arriba del
escenario, por favor…” dijo él. Subieron quienes estaban en las butacas, incluso Sor
Eva, nosotros los músicos estábamos al lado derecho del escenario mirándo a
éste de frente, y nos quedamos viendo la
acción sin movernos y sin hablar.
“Vamos a hacer
oración y ofrecer este ensayo a Dios nuestro Señor” dijo él invitando a todos a
formar un círculo al centro del escenario y a tomarse de las manos. “Pos bueno,
que recen” pensé yo para mis adentros sin moverme de la batería. “Nos unimos
todos a la oración” dijo alguien indicándome que me moviera hacia el círculo e
integrándome al mismo.
Alguien habló en voz
alta invocando la ayuda de Dios y ofreciéndole el ensayo, la mayoría (si no es que todos) estaban con los ojos
cerrados, después hizo una introducción para decir el Padrenuestro el cual
rezamos todos alzando las manos aún unidas y posteriormente pidió a María su
intercesión para que todo saliera lo mejor posible en este ensayo y en la obra
en general por el bien de los jóvenes y para Gloria de Dios. Terminamos en el
nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Yo estaba un poco
molesto pues pensaba con qué derecho ese señor de los lentes se atrevía a
ordenarnos algo a los músicos, que no pertenecíamos a los grupos; bueno al
menos no todos.
El señor de los
lentes me cayó mal.
Siguieron los ensayos
y tiempo después la presentación de la obra, la cual creo que fue un éxito. Se
presentó ahí mismo en el Excélsior y en el auditorio de un mercado de abastos
de la ciudad. Creo que al año siguiente y otros más se volvió a montar por el
mes de enero, en que se celebra su día.
Meses después de
aquel ensayo me hallaba yo en la fila para inscribirme al ENPAJ 84, semanas más tarde de la inscripción
lo estaba viviendo y en el segundo día del encuentro que fue el más impactante
para mí, tuve la oportunidad de confesarme por la tarde de ese sábado con el aquel
señor de lentes que me había caído mal.
Eso fue lo primero
que le dije, narrándole lo que a principios de este escrito les he compartido. Él,
ni se acordaba.
Automáticamente fue
nombrado mi confesor de cabecera y a partir de allí nació una relación de amistad
que me ha ayudado a terminar de formarme como joven y como hombre, pasando a
engrosar las filas de quienes Dios ha permitido que compartan conmigo un poco
de su tiempo, de su atención y sus ideas complementando la figura paterna que en
su momento la vida me arrebató.
Hace poco, me encontré
con él en la celebración de los 25 años del 20. Me recibió y saludó con ese
tono paternal que siempre he sentido de él, le volví a presentar a mi familia (Gaby dice que siempre que nos lo encontramos
hago lo mismo) y haciendo el movimiento característico de sus ojos sobre sus
lentes para esquivar el aumento me preguntó mirándome a los ojos (como sólo él suele hacerlo): “¿y sigues
escribiendo, Rafa?”.
Tras mi afirmación
continuó diciendo: “qué bueno, no lo dejes de hacer…”. Posteriormente se perdió
entre los saludos y abrazos de los demás hermanos del 20 y sus familias.
En esa reunión tuve
la oportunidad de ver algunas de las ideas y sueños que en los primeros años de
Comunidad Juvenil tuvo el P. Agustín y que Dios le ha permitido materializar. Recordé
y comenté a mi familia que en el principio no había nada en el terreno y en
alguna ocasión vinimos los del grupo 10 a sembrar árboles; les platiqué también
que ahí en la Casa de Encuentros había sido mi primer trabajo como arquitecto,
supervisando la construcción del módulo de baños (la alberca, la palapa y la casa de las tías ya estaban) mientras
hacía yo el servicio de Coordinación General, de manera que tenía la
oportunidad de hacer las visitas a los diferentes centros de la comunidad,
incluyendo Saltillo e Irapuato, y alguno que otro viaje que hice a Guadalajara
a algún centro salesiano.
Cuando nos dispusimos
para retirarnos de la celebración, me despedí de él con un fuerte apretón de
manos y un gran abrazo, posterior a éste último me volvió a mirar por sobre sus
lentes que alguna vez se parecieron a los de Jim Jones y viéndome directamente a
los ojos (como sólo él sabe hacerlo) me
ha pedido que no me aleje demasiado, he quedado con él en darme una vuelta...
No me he dado la vuelta…aún, pero espero que esta vez
las cosas urgentes no impidan realizar las importantes.
¡Feliz cumpleaños, padre Agustín!
Y como le dije en aquel cuento que le regalé hace ya algunos años: "Espero que Dios le de su merecido..."
Cuando así sea acuérdese de mi e interceda ante El.
Cuando así sea acuérdese de mi e interceda ante El.
Que Dios lo siga bendiciendo...
Un abrazo...
con cariño
Rafa Valero
(habrán de disculpar el doble signado, pero es algo que no pude evitar...)
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